Ayuda social del Gobierno: Un cáncer conocido como comunismo

Por Trevor Loudon
09 de Febrero de 2019 2:58 PM Actualizado: 09 de Febrero de 2019 2:59 PM

Comentario

La ayuda social del Gobierno es comunismo. El dinero gratis del Estado, ya sea en términos de beneficios, ayudas o incentivos fiscales, es una trampa que arrastrará a la gente al socialismo y más allá.

Es muy parecido al cáncer.

La primera etapa del cáncer social es el “asistencialismo”. Los ciudadanos reciben algunos beneficios para los ancianos, los niños, los que no pueden valerse por sí mismos, quizás algunos préstamos estudiantiles. La economía sigue siendo bastante saludable. Los síntomas son leves y muy pocos los notan.

A medida que las cosas se vuelven más “socialdemócratas” (segunda etapa), los beneficios se vuelven más universales y generosos. Los incentivos fiscales selectivos son cada vez mayores. En la segunda etapa, la mayoría de la gente recibe algo del gobierno. Algunas personas están recibiendo mucho. La ayuda del gobierno ya no es vista como un salvavidas recibido con agradecimiento para superar momentos difíciles, sino más bien como un “derecho”. Las personas que dependen de los fondos del Estado se vuelven cada vez más envidiosas de quienes reciben más. La gente que trabaja duro y recibe poco se vuelve cada vez más resentida con aquellos que trabajan poco y reciben mucho. Las empresas honestas se encuentran en desventaja competitiva frente a empresas menos escrupulosas dispuestas a “ordeñar el sistema”. La economía empieza a mostrar signos de distorsión e ineficiencia. El crecimiento económico se desacelera mientras que las tensiones sociales aumentan lentamente. Una pequeña minoría nota algunos síntomas preocupantes. La mayoría sigue sin darse cuenta.

Ya en el “socialismo” (tercera etapa), las cosas comienzan a salirse de control. Los impuestos son ahora mucho más altos, y la economía es lenta o negativa. Los beneficios y las ayudas son casi universales, y la atención médica, la educación y la mayoría de los servicios sociales son administrados por el Estado. La calidad del servicio disminuye considerablemente, ya que cada vez son menos las empresas privadas que pueden mantener una economía competitiva orientada a los servicios. El aumento del desempleo en el sector privado conduce a un aumento de subsidios por desempleo, con el correspondiente aumento de los impuestos, del gasto en asistencia social, de los planes de trabajo del gobierno y de la rápida expansión del sector público. Las pocas empresas sobrevivientes viven de contratos gubernamentales o tienen una relación corrupta con los burócratas del gobierno, el crimen organizado o ambos. Los síntomas son ahora mucho más obvios. La economía se está desmoronando, las largas filas de espera son endémicas y la calidad del servicio es pésima en casi todos los sectores. Unos pocos siguen luchando, pero la mayoría está desesperadamente intentando canibalizar, en sentido figurado, a sus conciudadanos para sobrevivir.

La cuarta etapa es el “comunismo”. El sistema inmunológico de la sociedad –las virtudes de la honestidad, la responsabilidad y la compasión– prácticamente desaparecieron. La economía está en caída libre y el declive social es evidente en todas partes. El resentimiento y los celos son endémicos. El odio es generalizado y solo es contenido por las fuerzas militares y de seguridad del Estado cada vez más poderosas. El Estado lo controla todo y está absorbiendo hasta el último gramo de vida de la economía y de la gente. Todo es gratis, pero la mayor parte no vale nada. La atención médica está disponible para todos (a menos que seas un enemigo del Estado), pero la calidad es pésima y las filas de personas son interminables.

A menos que tengan alguna conexión política, los ancianos y enfermos crónicos morirán mucho antes de que lleguen a compartir una sala de hospital con otras 12 personas, un ejército de cucarachas y una sopa tóxica de suciedad, bacterias y virus. A estas alturas, la enfermedad es obvia para todos. Pero para ese entonces todo el mundo estará atrapado. Los líderes deben vigilar sus espaldas cada segundo para que sus rivales no los apuñalen. Deben reprimir a la población con terror, no sea que el pueblo se levante y cuelgue a sus líderes de los postes de luz. El ejército y la policía secreta deben succionar a la clase trabajadora para conseguir suficiente migajas para alimentar a sus propias familias. El ciudadano común no puede organizar una revuelta porque en cada lugar secreto de 10 o 12 conspiradores, hay tres o cuatro informantes del gobierno que estarán dispuestos a vender a sus propios compañeros conspiradores por una habitación más grande o unos cuantos cupones de racionamiento más para sus familias. Esta es la etapa terminal. La muerte se puede evitar por un tiempo con una intervención externa, pero la única cura posible en esta etapa es una revuelta desesperada, sangrienta y, casi con toda seguridad, suicida.

Y todo comenzó por un poco de asistencia social inofensiva.

Libertad para todos

Mientras viajo a través de esta gran tierra, constantemente me sorprende cuántos estadounidenses e incluso anticomunistas no puedan ver la conexión entre la asistencia social del gobierno, el socialismo y el comunismo.

Suelo escuchar que la gente me dice lo mucho que aman a la Constitución, pero no ven la hora de que comience su Medicare. Están a favor de la libertad pero, mira, acaban de recibir un beneficio extra porque su hija en edad universitaria vive en casa. Ellos aman a Estados Unidos, pero acaban de contratar a otro trabajador porque el Estado les dio un subsidio de salario para hacerlo.

Todas estas personas son patriotas, pero están permitiendo que el cáncer de etapa uno se afiance en su propio país. ¿Cómo pueden quejarse cuando las etapas dos, tres y cuatro eventualmente destruyan todo lo que ellos quieren?

Un amigo mío en Nueva Zelanda, lo llamaré Ian, es un libertario clásico. Tiene un dicho favorito: “Ser libertario cuesta”. Lo dice en sentido figurado, como el dolor emocional y la angustia espiritual que a menudo tuvo que soportar. Pero también lo dice de manera literal.

Como libertario, Ian no aceptará nada del Estado. En Nueva Zelanda, tanto la salud como la compensación por accidentes son parte de la asistencia social, y existen numerosos incentivos para las empresas que son pagados por el contribuyente. En todas partes, desde la cuna hasta la tumba, hay beneficios gubernamentales, ayudas e incentivos fiscales disponibles para ricos y pobres por igual.

Nueva Zelanda está en la segunda etapa, bordeando la tercera etapa.

Ian no aceptará nada de eso. Ha pagado grandes cantidades de impuestos al Estado pero se niega a aceptar nada a cambio. Conduce en las carreteras financiadas por el Estado porque no hay otra opción; paga por los servicios brindados por el Estado si no hay competencia privada. Más allá de eso, Ian rechaza cada servicio gratuito, cada subsidio, cada ayuda, cada “incentivo”.

Si se lesiona, tiene “derecho” a una indemnización estatal por accidente. Él paga los impuestos, y luego paga su propia atención médica de su propio bolsillo.

La libertad lo es todo para Ian, y prefiere pagar el doble por muchas cosas que renunciar a un gramo de su propia libertad.

Si todos fuéramos como Ian, ya no tendríamos que volver a preocuparnos por el socialismo o el comunismo.

La asistencia social, la socialdemocracia, el socialismo y el comunismo son cancerígenos y parasitarios. Si no dejamos que estos parásitos se adhieran a nosotros, no pueden drenar la vida de nuestros cuerpos y almas.

Cada persona debe comprender que el primer paso en la lucha contra el totalitarismo trepador es liberarse de toda forma de asistencia y dádiva del Gobierno que nos sea posible. Esto puede ser difícil al principio, pero convertirse en un ser libre y plenamente responsable es la única manera real de luchar eficazmente por la libertad para todos.

Trevor Loudon es un autor, cineasta y conferencista de Nueva Zelanda. Durante más de 30 años, investigó los movimientos de izquierda radical, marxistas y terroristas y su influencia encubierta en la política principal.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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