Comunismo: El camino de la muerte

19 de Febrero de 2017 1:21 AM Actualizado: 22 de Marzo de 2019 10:25 PM

La gente naturalmente busca un camino a seguir. Durante los tiempos antiguos y modernos, los seres humanos han buscado una forma de progresar para convertirse en personas más saludables, más felices y mejores en todos los aspectos.

El comunismo no es un camino que ofrezca una forma de progresar. Es un camino puede ser juzgado por sus frutos y por la naturaleza de sus líderes.

El comunismo ha sido puesto a prueba por más de 100 años, por cientos de millones de personas, y los resultados son siempre los mismos: sus frutos son la muerte, la destrucción y la desolación.

Sus líderes fueron hombres inescrupulosos y astutos que enmascararon su odio a la humanidad con palabras grandilocuentes. Desde cualquier punto de vista, fueron tan oscuros y siniestros como es posible.

Una ideología de destrucción

Fue en los cruces de la historia, con el aumento de la industrialización y el declive de las monarquías, cuando se le ofreció a la humanidad un pacto con el diablo: Abandonar sus tradiciones y valores morales, y entrar en una nueva era. La promesa era “el cielo en la tierra”, y el costo fue tomar parte en un movimiento para destruir la moral, la creencia religiosa y a cualquiera que esté en contra de este nuevo futuro.

Las ideas del comunismo, y las varias escuelas de pensamiento que le sirvieron de base, ya habían empezado a filtrarse profundamente en las sociedades de Europa después de la Revolución de Octubre en Rusia, en 1917. Sus provocadores la presentaron como una forma de salir del sufrimiento de este mundo –con historias de ensueño del final de la pobreza y la hambruna, y un futuro de placeres mundanos.

No obstante, detrás de la oferta yacían otras intenciones, y éstas se ven claramente con echar una mirada a las historias de Karl Marx y otras figuras a las que se les atribuye establecer las bases del comunismo.

En su temprano poema “Invocación de un desesperado”, Marx escribió sobre su voluntad de crear un nuevo sistema.

Pues un dios ha arrebatado todo de mí
En la maldición y tormento del destino,
Todos sus mundos idos irrevocablemente
Solamente me resta la venganza.

Construiré mi trono en las alturas,
En una cumbre inmensa y fría.
Por su baluarte – supersticioso espanto.
Por su alguacil – la más negra agonía.

Quien lo mire con ojos sanos,
Regresará mudo, con palidez mortal,
En garras de mortandad ciega y fría.
¡Que su felicidad prepare su tumba!

Marx tenía muchas escrituras similares, muchas de las cuales sugieren que su objetivo de usar el comunismo nunca fue para ayudar a la humanidad, sino para promulgar una forma de venganza contra el cielo.

En la obra teatral de Marx de 1839 “Oulanem”, cuyo nombre se cree es una pronunciación inversa de “Emanuel” (un nombre bíblico alternativo para Dios), él comienza diciendo: “¡Arruinado! ¡Arruinado! ¡Mi tiempo se ha acabado! El reloj se ha detenido, la casa del pigmeo se ha derrumbado. Pronto abrazaré la eternidad en mi pecho, y pronto bramaré gigantes maldiciones a la humanidad… Si hay un algo que devora, saltaré entre ello, pero llevaré al mundo a la ruina –el mundo que está entre yo y el abismo, lo haré trizas con mis perdurables maldiciones”.

En “La fabricación de la economía moderna”, Mark Skousen escribe que un pacto con el diablo es el tema central en “Oulanem”, y que la obra teatral “revela un grupo de personajes violentos y excéntricos”. Skousen señala que “la obsesión de Marx con el comportamiento autodestructivo fue prevalente durante la mayor parte de su vida”.

Tal como su personaje Oulanem, en sus obras Marx muestra un deseo no solo de destruirse a sí mismo, sino un deseo de destruir a la humanidad junto con él.

En su poema de 1841 “El Jugador”, Marx escribe, “Mira ahora, mi espada oscura de sangre apuñalará/Infaliblemente en tu alma./Dios no conoce ni honra el arte./Los vapores infernales crecen y llenan el cerebro/Hasta que me vuelva loco y mi corazón sea completamente cambiado”. Y continúa, “Mira esta espada –el Príncipe de la Oscuridad me la vendió”, y, “cada vez más audazmente juego a la danza de la muerte”.

Un análisis del poema citado arriba por Robert Payne, en su libro “Marx”, de 1968, afirma: “Marx aquí está celebrando un misterio satánico, dado que el jugador claramente es Lucifer o Mefistófeles, y con lo que está jugando con tanto frenesí es la música que acompaña el fin del mundo”.

Payne continúa diciendo “Marx claramente disfrutaba los horrores que describía, y lo encontraremos disfrutando de la misma manera la destrucción de clases enteras en el ‘Manifiesto Comunista’. Era un hombre con una habilidad peculiar para saborear el desastre”.

Payne señaló, “Puede haber muy poca duda de que esas interminables historias eran autobiográficas. Tenía la visión del mundo del Diablo, y la maldad del Diablo. A veces parecía saber que estaba logrando las obras de la maldad”.

Sin importar cuán bizarras fueran las obras tempranas de Marx, sus reclamos y objetivos no estaban lejos de la realidad que él creó: un sistema que en un solo siglo tomó una cantidad de vidas sin precedentes. Las estimaciones varían, pero según investigaciones combinadas realizadas por expertos, incluidos Aleksandr Solzhenitsyn, Jung Chang y Jon Halliday, y cifras recolectadas por “El Libro Negro del Comunismo”, publicado por Harvard University Press, la cifra está cerca de las 150 millones de muertes.

Campañas de miseria

Lo que Marx y Friedrich Engels expusieron en “El Manifiesto Comunista”, publicado en 1848, era una ideología basada en la lucha que, según sus propias palabras, “suprime toda religión, y toda moralidad”. Pensaban que sus creencias eran absolutas (lo cual equivale fin del progreso humano) y enunciaron una propuesta de que todas las otras creencias deberían ser destruidas a través de la revolución violenta.

Basaban su versión de comunismo en el concepto de “materialismo dialéctico”: la idea absoluta de que todo desarrollo viene a través de la lucha y de que la vida es nada más que materia. Uno de los efectos de esta creencia fue la ausencia de respeto por la vida humana por parte de todos los líderes comunistas.

En 1906, Vladimir Lenin escribió en la revista Proletaria que su interés era la lucha armada dirigida a “asesinar individuos, jefes y subordinados en el ejército y la policía”, y también tomar dinero de gobiernos y personas en particular.

Luego de tomar el poder en 1917, Lenin siguió estas ideas al pie de la letra. Decenas de miles de personas fueron arrestadas por oponerse al nuevo régimen, muchos de los cuales fueron torturados y ejecutados en masa.

Según  “El Libro Negro del Comunismo”, publicado en 1999, Lenin y sus seguidores “decidieron eliminar, por medios legales y físicos, cualquier desafío o resistencia, aun pasiva, a su poder absoluto”.

“Esta estrategia aplicó no solo a grupos con visiones políticas opuestas, sino también a grupos sociales tales como la nobleza, la clase media, la intelligentsia y el clero, así como grupos profesionales tales como oficiales militares y la policía”, afirma.

Lenin también prohibió la propiedad privada, y los campesinos a lo largo de Rusia fueron desprovistos de su comida por el estado. Lenin estableció cuotas estrictas sobre cuánto confiscar, y cuando vio las cifras desatendidas, ordenó que incluso las semillas fueran incautadas.

Con campesinos incapaces de plantar nuevos cultivos, y sin sobrante de comida para el invierno, una hambruna barrió Rusia entre 1921 y 1922, lo que según el Instituto Hoover asesinó entre 5 y 10 millones de personas.

Lenin estaba encantado. Según “El Libro Negro del Comunismo”, uno de sus amigos luego recordó que Lenin “tenía el coraje de salir y decir abiertamente que la hambruna tendría numerosos resultados positivos”, dado que afirmó que “traería el próximo paso más rápidamente, y abriría la puerta al socialismo, etapa que necesariamente seguía al capitalismo”.

“La hambruna incluso destruiría la fe no solo en el zar”, agregó, “sino también en Dios”.

El historiador soviético Richard Pipes escribió en su libro “El Lenin Desconocido” que Lenin causó la hambruna intencionalmente. Afirmó que “respecto de la humanidad en su totalidad, Lenin no sentía más que desdén”.

Asimismo, dijo que Lenin tenía “casi nada de interés” en las vidas de los individuos, y que “trataba a la clase trabajadora de forma muy similar a cómo un herrero trabaja el mineral de hierro”.

La historia se repitió a sí misma con Joseph Stalin luego de la muerte de Lenin el 21 de enero de 1924, Stalin comenzó su gobierno de 29 años de la Unión Soviética, consolidando su poder y haciendo que sus rivales fueran arrestados o ejecutados.

En 1929, Stalin lanzó un programa bajo la bandera del “colectivismo”, para tomar no sólo las pertenencias de los campesinos, sino también su tierra y para destruir su habilidad para vender los productos agrícolas. Envió al Ejército Rojo a confiscar sus pertenencias, incluido su equipamiento de agricultura.

Una hambruna barrió el país nuevamente. En Ucrania, entre 7 y 10 millones de personas fueron asesinadas según los cálculos de Naciones Unidas publicados en noviembre de 2003. En Kazajstán, según el Wilson Centre, alrededor de 1,5 millones de personas murieron de hambre. Mientras tanto, campesinos que se oponían al programa de colectivismo de Stalin fueron catalogados como “kulaks”, y decenas de miles fueron rodeados y ejecutados. Stalin también utilizó esta oportunidad para tachar a todos los enemigos de su revolución, entre quienes estaban sacerdotes y creyentes religiosos devotos.

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Como lo hizo Lenin, Stalin luego declaró el programa un éxito. A través de estos movimientos y otros que les siguieron, Solzhenitsyn, un renombrado novelista e historiador ruso, estimó que Stalin asesinó entre 60 y 66 millones de personas.

El legado sangriento de Stalin solo fue superado por el de Mao Zedong, líder del Partido Comunista Chino. Bajo un programa similar de colectivismo, Mao comenzó su Gran Salto Adelante en 1958, y a través de varios medios también logró disparar una hambruna que en cuatro años mató al menos 45 millones de personas, según afirma el libro “La Gran Hambruna de Mao”, escrito por el historiador Frank Dikotter, radicado en Hong Kong, .

El canibalismo también fue común durante su hambruna. Documentación revelada por académicos chinos y occidentales, y por The Washington Post en 1994, deja entrever lo que tomó lugar: “En la comuna Damiao, Chen Zhangying y su esposo Zhao Xizhen asesinaron e hirvieron a su hijo Xiao Qing, de 8 años, y lo comieron”; y, “En la comuna de Wudian, Wang Lanying no solo levantaba gente muerta para comer, sino que también vendió dos jin [9,9 kilogramos] de sus cuerpos como cerdo”.

De acuerdo con la investigación del autor religioso e historiador Harun Yahya,  al igual que Stalin y Lenin, Mao justificó estas muertes. Mao y sus seguidores consideraban la hambruna como un castigo para los aldeanos por no ser lo suficientemente obedientes al Partido Comunista Chino.

Sólo un año antes del Gran Salto Adelante, en 1957, Mao sostuvo su campaña de las Cien Flores, en la que invitó a los intelectuales a presentar sus críticas a su régimen, luego utilizó sus críticas como confesiones. Según “Holocausto Rojo” por Steven Rosefielde, Mao etiquetó un estimativo de 550.000 intelectuales como “derechistas” y luego los hizo humillar, despedir, encarcelar, torturar o asesinar.

En “Mao: la historia desconocida”, los autores e historiados Chang y Halliday muestran que Mao fue responsable por al menos 70 millones de muertes.

Motivos ocultos

Bajo los regímenes comunistas, y su ideología de lucha, se puso a la gente una en contra de la otra. Lo niños reportaban a sus padres, los estudiantes golpeaban y torturaban maestros, la gente joven se puso en contra de la gente mayor, y los vecinos se pusieron en contra de otros vecinos.

Según el libro “Marx y Satán”, por Richard Wurmbrand, uno de los socios de Marx en la Primera Internacional, Mikhail Bakunin, escribió, “El Malvado es la revuelta satánica contra la autoridad divina, revuelta en la que vemos un germen fecundo de todos los emancipadores humanos, la revolución. Los socialistas se reconocen los unos a los otros por las palabras ‘En el nombre de aquél a quien se le hizo un gran daño’”.

“En esta revolución tendremos que despertar al Diablo en la gente, para suscitar las pasiones más bajas”, escribió Bakunin. “Nuestra misión es destruir, no edificar”.

Este concepto fue visto claramente en los efectos del comunismo, dado que primero funcionó rompiendo el espíritu de la gente a través de la hambruna, haciéndolo temblar con las ejecuciones y el acoso públicos, todo lo cual funcionó para alejar a la gente de sus valores morales y creencias.

Según “La Gran Guerra y los Orígenes del Humanitarismo, 1918-1924” por Bruno Cabanes, ésto se vio inmediatamente luego de que Lenin tomara el poder.

“Estas ‘guerras campesinas’ desataron demonios de ambos lados: los comunistas contra los ‘acaparadores’ o ‘enemigos del pueblo’; los aldeanos contra todos los símbolos de colectivización”, escribió Cabanes.

Durante la hambruna de Stalin, hubo casos de gente que canibalizaba cuerpos humanos, y de gente que secuestraba niños para canibalizar. Una infame imagen de ese tiempo muestra una pareja rusa parada sobre los cuerpos de niños que habían sido comidos parcialmente.

Actos similares de canibalismo fueron registrados bajo el Gran Salto Adelante de Mao, y Mao llevó campaña de hacer que las personas se vean como enemigas entre sí un paso más allá con movimientos sociales adicionales. Bajo su Revolución Cultural en los años 1960, los niños golpeaban a sus propios padres, los estudiantes paraban y preguntaban a la gente en las calles sobre las enseñanzas de Mao (consecuentemente las golpeaban si daban respuestas incorrectas) y los maestros, arrendadores e intelectuales fueron víctimas de cacería y avergonzados públicamente o peor por la Guardia Roja de Mao.

Mao se tituló a sí mismo como un “superhumano”, haciendo colgar afiches y retratos de él a lo largo de China.

La Revolución Cultural destruyó o dañó vastas cantidades de componentes físicos de cultura tradicional, tales como arte, templos, museos y trabajos escritos. También dejó un vacío espiritual, dado que el pueblo chino perdió relación con su propia historia y el legado de 5.000 años de civilización china, con sus ricas tradiciones de Budismo y Daoísmo.

Michael Walsh, autor de “El Palacio del Placer del Diablo” señaló en una entrevista telefónica que las escrituras de Marx reflejan la historia de Lucifer en el “Paraíso Perdido” de John Milton, en el que, al darse cuenta de que no puede derrotar a Dios, se le ocurre un plan alternativo de venganza: destruir todas las creaciones de Dios.

“Es esa noción de trascendencia con la que juega el comunismo, pero en la que nunca tuvo éxito. Quiere la muerte, crea la muerte. La muerte es el final de cada sistema comunista, y es el objetivo de Satán”, dijo Walsh.

“Lo que el comunismo es, es una venganza de perdedores. Juega con los agravios de la gente y su deseo de venganza”, dijo. “Marx siempre fue el mayor perdedor. Era un holgazán que abusaba de sus amigos. Era un demente. Es un culto de demencia, de agravio y de venganza”.

Walsh dijo que los valores en el corazón de la religión son algo compartido en casi todas las sociedades a lo largo de la historia, y que el comunismo jugó con esta misma raíz innata para manipular a la humanidad. “Todos quieren ser el héroe de su propia narrativa”, dijo.

“El [comunismo] utiliza los rasgos menos admirables de la humanidad, como la envidia, para involucrarte en la revolución (cada persona joven quiere ser un revolucionario en contra del orden establecido) de manera que obtengas lo que quieres”, dijo Walsh. “Si se dice ‘de cada uno de acuerdo a sus capacidades, para cada uno de acuerdo a sus necesidades’, de pronto nadie tiene capacidades y todos tienen muchas necesidades. Esa es la falla en el razonamiento”.

El comunismo capitalizó el deseo de la humanidad por un propósito superior, y lo hizo destruyendo la religión y poniéndose a sí mismo al mando.

Según “Noches Blancas”, por el Dr. Boris Sokoloff, en octubre de 1919 Lenin visitó al científico Ivan Pavlov, conocido por sus experimentos en animales, en los cuales condicionaba sus reflejos, y Lenin tomó prestados estos métodos de entrenamiento de animales para entrenar a la gente de la misma forma bajo el sistema de educación soviético.

Sokoloff escribió la creencia de que “al condicionar sus reflejos, el hombre puede ser estandarizado, puede hacérsele pensar y actuar de acuerdo al patrón requerido”. Lenin dijo que en vez del individualismo, “quiero que las masas de Rusia sigan un patrón comunista de pensar y reaccionar”.

Un camino sin salida

Donde sea que se hayan adoptado las ideas del comunismo, las religiones tradicionales siempre han estado entre los primeros objetivos de destrucción. Esto fue igual de cierto bajo la Unión Soviética, que reprimió la Iglesia Ortodoxa Rusa y el Catolicismo, como lo es hoy bajo el Partido Comunista Chino, que reprime las religiones occidentales, así como el Budismo y el Daoísmo.

“El Libro Negro del Comunismo” brinda cifras estimativas no oficiales del número de víctimas de regímenes comunistas en otros lugares: 1 millón en Vietnam, 2 millones en Camboya, 1,7 millones en África, 1,5 millones en Afganistán, 1 millón en Europa del Este, y 150.000 en Latinoamérica. Estima que los movimientos y los partidos comunistas internacionales que no están en el poder fueron responsables de cerca de 10.000 muertes.

En “Marx y Satán”, Wurmbrand propuso una pregunta, una hecha por muchos: Luego de que la religión y la cultura son destruidas ¿qué es lo que queda? La respuesta simple es que lo que queda es gente despojada de su habilidad de autocontrol, y con eso, de su habilidad de autogobernarse. Crea gente que ve a ningún poder más alto que aquel de sus líderes estatales y que no ve ideales más altos que aquellos del estado. El pueblo entonces se vuelve dependiente del estado.

Este abandono de la moral también fue el cimiento de la brutalidad de los líderes comunistas y sus devotos seguidores: sin la creencia en un alma, en las ideas tradicionales del bien y del mal, o las ideas del cielo y el infierno, su única ambición era la ambición del partido, y las ideas del bien y del mal fueron reducidas a apoyar u oponerse a la revolución. Sin una creencia en que el bien y el mal tienen consecuencias, lo líderes y seguidores del comunismo han llevado a cabo atrocidad tras atrocidad.

 

Más tarde en su vida, a Lenin se le atribuyó decir, como señala Wurmbrand, “El estado no funciona como deseábamos ¿Cómo funciona? El automóvil no obedece. Un hombre está al volante y parece guiarlo, pero el automóvil no marcha en la dirección deseada. Se mueve como lo desea otra fuerza”.

Luego Lenin se volvió demente, pero, según Wurmbrand, tuvo un momento de claridad en su lecho de muerte cuando le dijo a su mujer: “Cometí un gran error. Mi pesadilla es tener el sentimiento de que estoy perdido en un océano de sangre de las incontables víctimas. Es muy tarde para retornar. Para salvar nuestro país, Rusia, hubiéramos necesitado hombres como Francisco de Asís [un santo católico]. Con 10 hombres como él, hubiéramos salvado Rusia”.

El Gran Engaño

Solía haber un chiste sombrío entre los lectores del periódico Pravda (“verdad” en ruso), controlado por la Unión Soviética, el cual revela una cuestión subyacente: “La única cosa que es verdadera en el periódico de hoy es la fecha”.

El comunismo ha probado ser un gran engaño, una estafa en la historia humana.

La teoría es mala, y cada implementación de la teoría ha sido destructiva para la vida y la moralidad, comenzando con la Comuna de París, juntando velocidad con la Unión Soviética, y continuando hoy en China.

Luego de más de 140 años de comunismo en práctica, ciertamente podemos juzgar el comunismo por sus frutos, y no por sus dichos.

Ningún ser humano racional seguiría tal camino.

La humanidad podrá respirar libremente cuando el malvado “espectro” del comunismo de Marx, tarde o temprano, deje el planeta.

Se estima que el comunismo ha matado al menos 100 millones de personas, no obstante sus crímenes no han sido recopilados y su ideología aún persiste. La Gran Época busca exponer la historia y creencias de este movimiento, que ha sido una fuente de tiranía y destrucción desde su surgimiento.

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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